En las primeras clases del plan de natación, Juan demostraba mucho miedo en el momento de meterse en la pileta.
Las primeras clases observaba sentado en un banco cómo sus compañeros estaban en el agua.
Un día pidió estar más cerca de ellos, pero al preguntarle si quería meterse dijo que no. Bueno, le contesté, quizás en algún momento tenés ganas de probar y vos me avisas!
Y así fueron pasando las clases…, ¡las 14 clases estuvo sentado en el borde! Y se paraba para alcanzarle materiales a los chicos, le preguntaba al profe de natación qué estaban haciendo, aparentemente se estaría interesando, se mojaba partes del cuerpo…
No podía poner en palabras exactamente qué le pasaba: “no quiero entrar!”, ¿Por qué?? , “Porque no”.
En el segundo cuatrimestre tuvimos suerte que nos tocara ir nuevamente.
En este período, se sentó primero en el borde. Y un día dijo, “a ver…, voy a tratar!”
Bueno…, te ayudo! Aceptó la ayuda y comenzó a caminar por la pileta agarrado del borde… No llegó a meter la cabeza en las 14 clases. Pero había logrado entrar y jugar con sus compañeros con una pelota, por ejemplo. En su carita ya se lo observaba con algo de alegría por lo logrado.
A fin de año el padre vino a agradecer la paciencia que le tuvimos.. Algunas veces no traía su traje de baño y nosotros le conseguíamos uno.
Ante mi sorpresa me dijo que Juan le pidió que lo anotara en alguna pileta para seguir practicando.
Fue mucha la emoción! Y la confirmación de que la paciencia, la espera activa y presente/insinuante del profe finalmente puede ganarle a las dudas cotidianas como el “ ¿haré bien en no obligarlo?”.