Las Emociones y Sus Caminos

De estas charlas que hemos estado teniendo en derredor de las emociones, esa dimensión tan importante y a la vez tan olvidada por la pedagogía en general, parecieran haber surgido dos problemáticas que están relacionadas y a la vez se distancian:

  1. Pibas y pibes que son desbordados por sus emociones Por un lado esas pibas y pibes que son desbordados por sus emociones, que no pueden controlarlas y, muchas veces, todo termina en desastre.  Esto en nuestra área suele manifestarse en la medida en que uno/a  está expuesto de muchas maneras, porque el juego o la tarea grupal los pone en la obligación de relacionarse con otros/as, de ponerse de acuerdo, de negociar, de ceder, etc.  E indudablemente, cuando el ganar o perder aparece la cosa se complejiza aún más.  Muchas veces de una y mil maneras se transmite esta exigencia de triunfar, de vencer al otro, y ahí es donde el juego se corrompe y la tensión que se genera no encuentra diques de contención o encauzamiento. El caso de María es un ejemplo en tal sentido. 
  2. Pibas y pibes retraídos, los del “yo no sé” o “yo no puedo”…Por otro lado están aquellas/os en los que lo emocional les juega para el lado del retraimiento, la autopercepción negativa de si mismo, y ese “yo no se” o “yo no puedo” que parece  una sentencia inmutable.   Esos pibes/as para los cuales jugar un juego o deporte puede resultar un tormento y esto no hace otra cosa que reforzar su sensación de fracaso.  Y no juegan, están allí, pero no juegan, sufren, padecen. Hemos dado varios ejemplos.

En un caso el desborde es hacia afuera y en otro para adentro.  Se trata de hallar cauces fértiles que hagan de esas emociones aliadas y no enemigas.  Tendríamos que ver cuáles son los puntos de contacto entre estas dos problemáticas, ambas atravesadas por lo emocional.

¿Cuáles son las estrategias comunes en tal sentido? ¿Cuáles aquellas intervenciones específicas que deberíamos tener en cuenta?

Las estrategias en común:

En principio el reconocimiento de estas problemáticas ya es un paso importante.  En uno u otro caso,  de nada vale culpabilizar, responsabilizar a estos pibes o pibas por estas actitudes.  No se trata de un problema de voluntad, no se trata de “ponerse las pilas”;  es algo mucho más profundo y complejo. Hemos escuchado muchas veces a alumnos/as  que narran sus malas experiencias en las clases de Educación Física por ser dejados/as de lado o por ser desvalorizados/as de una y mil maneras.  Gestos, palabras, actitudes que, muchas veces, el grupo y/o el docente naturalizan.  

Otra cosa que hemos pensado  cuando hablábamos de la inclusión, es la necesidad de no dejar librado el problema a una cuestión exclusiva del profesor/a con el alumno/a implicado.  Se trata, por el contrario,  de hacer partícipe al grupo de los problemas del grupo.  Lo que le pasa a uno/a  en la clase nos pasa a todos/as. Esto ya es un posicionamiento que genera todo un espacio de aprendizaje.

Muchas veces los compañeros/as pueden comprender ciertas dificultades o problemas de habilidad motriz, pero tienden a pensar que lo que tiene que ver con lo actitudinal y con lo emocional es una cuestión de voluntad.  Un “soplar y hacer botellas”.  Parece que está bueno poner en cuestión este “sentido común”.  

Si aprender a hacer un rol adelante es difícil, requiere tiempo, esfuerzo y práctica, cambiar actitudes que tienen que ver con las emociones es tanto o más difícil.  Aquí podríamos recordar aquella  frase africana que dice algo así como “para educar a un niño se necesita una aldea”. Para que un alumno/a aprenda a hacer a un rol, un pase, una danza o a canalizar las emociones también  se precisa un grupo.