La cajita de pólvora

 

Esta es la historia de Maxi, nuevo en la escuela, cuarto grado.

Un niño que siente que hasta el volar de las moscas que lo puedan rozar, es a propósito para molestarlo a él.

Todas las clases de Educación Física cuentan con alguna escena que él protagoniza, ya sean de llanto porque lo miran, le dicen cosas, etc., o de ira, en las que corre al responsable y le grita con toda la furia de la que es capaz.

 

En el grupo hay unos cuantos chicos que a veces lo hostigan, y otros se mantienen al margen y a veces denuncian.

 

Las reacciones de Maxi, a veces son fundadas, y a veces no.

Me pasé el año atendiendo cada situación que se daba, diferenciando con Maxi, cuando las cosas son hacia él (y tratándolas grupalmente), y cuando no lo son y él reacciona como si así lo fueran.

 

En una de las charlas con el grupo, yo describí a Maxi como una “cajita de pólvora”, a la que cualquier chispa que le llegue, la hace explotar. Entonces el grupo debería funcionar como un mecanismo que impida que le lleguen las chispas a la cajita de pólvora para evitar que explote…

Y siguiendo todas estas metáforas, expusimos cómo algunos compañeros, no solamente le acercan chispas, sino que le apoyan un fósforo encendido encima. Reflexionamos sobre cuál es la emoción que les genera hacer explotar a Maxi, si los divierte, si les genera placer…, y entonces cuán buenos o malos compañeros son con él.

 

No son casos aislados las cajitas de pólvora en los grupos. No es fácil manejar y regular las emociones…, ¡ Nos cuesta a los adultos! Mucho más a los niños. Y si a eso sumamos que a veces los niños tienen entornos muy desfavorables, ¿cómo esperar que puedan manejar y regular sus emociones?

Niños que no pueden controlar sus enojos, o sus angustias…, niños que no pueden esperar, o que no toleran la frustración…

 

¿Cómo podemos ayudarlos?

Creo que los procesos emocionales son personales, y en cada quien, tienen sus tiempos..

Pero como docentes tenemos el deber de atender y acompañar estos procesos, tratando de aportar nuestros granitos de arena. No solo trabajando con el niño en cuestión, sino Y SOBRE TODO, con el grupo con el cual estos niños conviven cada día. Aprender a reconocer las emociones en los otros, y a saber qué o cómo actuar cuando los compañeros/as se desbordan, no es algo que se tengan que dar cuenta solos…, es allí donde deberían apuntar nuestras intervenciones.

Si nosotros los docentes no intervenimos, supongo que en algún momento los niños aprenderán… (o no), pero si intervenimos, con seguridad lo podrán hacer más rápido y en consecuencia, disfrutar un poco más de su estancia en la escuela.